martes, junio 27, 2006

SER CELIACO EN LA CULTURA DEL TRIGO

Son ya 40.000 los españoles diagnosticados de esta, cada día más extendida alteración inmunológica, la enfermedad celiaca, cuyo número total de enfermos se calcula en casi 400.000, en nuestro país, de los que 360.000 padecen sin saberlo la dolencia, consistente en una intolerancia permanente y absoluta al gluten, proteína que se encuentra en ciertos cereales --trigo, avena, centeno y cebada-- y cuya ingesta desencadena en los afectados reacciones inmediatas como diarrea, y alteraciones a medio plazo como desnutrición, diabetes, abortos, impotencia u osteoporosis, llegando incluso a ocasionar la aparición de tumores, a largo plazo, en enfermos que no realizan una rigurosa dieta, único tratamiento que existe de la enfermedad, cuyos síntomas se conocen desde la antigüedad, pero cuyos mecanismos se han empezado a conocer hace apenas medio siglo. A fecha de hoy, los celiacos siguen anhelando el descubrimiento de un medicamento, que --como la insulina a los diabéticos-- les permita prescindir, al menos ocasionalmente, del régimen.
En el mundo mediterráneo, centro de la cultura del trigo, el celiaco no puede comer el mismo pan, galletas, pasteles, pastas, pizzas, o bizcochos, que el resto de la gente, pero además ha de privarse del 80% de los alimentos industrializados pues en el proceso de elaboración se les incorporan harinas, espesantes y almidones que contienen gluten, lo que descarta de su dieta la mayoría de los embutidos, turrones , chocolates, tomates fritos, preparados lácteos, condimentos, y todo tipo de precocinados, en general, obligándolo a consumir alimentos específicos, muchos de ellos básicos, y exclusivamente elaborados para él, normalmente con harinas de maíz, o de arroz, que de venta exclusiva en herboristerías --últimamente en las secciones de dietética de los grandes hipermercados-- son 10, o por 20 veces más caros que sus equivalentes convencionales, costando, por ejemplo un kilo de pan de trigo a 1.40 euros, frente a los 9,75 que cuesta el mismo pan, sin gluten, si es blanco, o los 19.50, si es tostado.
Pero el problema se agrava por la falta de una normativa legal que obligue a especificar en las etiquetas de los alimentos ingredientes como el gluten, lo que junto al escaso control oficial sobre la presencia, en los mismos, de esta proteína, condiciona a los afectados a consumir, con cierta, garantía, sólo un 20% de los alimentos procesados industrialmente, que incluidos en una larga lista de alimentos sin gluten, continuamente actualizada por FACE, incluye productos de calidades casi siempre extra, y nunca de marcas blancas , lo que encarece sus precios.
SEGUN el Informe de Precios 2006 , de la Federación de Asociaciones de Celiacos de España (FACE), una familia con un celiaco entre sus miembros, incrementa la cesta de la compra en 33,08 euros a la semana, 146,49 euros al mes, y 1.757,91 euros al año, por encima de una sin esta carga, lo que ya se tiene en cuenta en muchos países europeos, donde los afectados por esta intolerancia reciben una asignación mensual, desgravación, o rebaja del producto, mediante la expedición de recetas, para hacer frente a estos gastos, al contrario que en España, donde es un lujo que el celiaco coma pan, galletas o macarrones, y donde, hasta ahora, ningún gobierno ha adoptado medidas que protejan a este colectivo, garantizando su derecho a una alimentación completa. Y a pesar de que algunas empresas privadas, y entidades públicas, empiezan a conceder ciertas ayudas, a los celiacos con bajo nivel de renta, hoy día nacional del celiaco, enfermos y familiares, queremos remover la conciencia social sobre este problema, aun mínima en muchos ámbitos, como la iglesia católica, que todavía se niega a administrar la hostia consagrada sin gluten, o los comedores de colegios, campamentos juveniles, y hasta hospitales, donde carecen de un menú alternativo. Y avanzando en la exigencia de unos derecho innegables, las Asociaciones de Celiacos integradas en FACE, tienen previstos para la ocasión, una serie de actos en numerosas ciudades entre los que quiero destacar la recogida de firmas, en Cáceres y Badajoz, para exigir a la Agencia Española de Seguridad Alimentaria el desarrollo de una normativa que obligue a señalar la existencia de gluten en las etiquetas, ayudando al castigado celiaco, siempre con su libro a cuestas, siempre mirando cómo los otros se comen los bombones, los helados, los postres, o las chucherías, a vivir sin gluten en las entrañas de la cultura del trigo.