sábado, mayo 08, 2010

PAÑUELO SÍ, PAÑUELO NO

9 de mayo de 2010



A estas alturas a nadie se le escapa que no estamos hablando de un pañuelo, de un cinturón o de unos zapatos. Hemos entrado en una discusión compleja y llena de matices: el uso del pañuelo Islámico.

Esta discusión ni se plantearía si las leyes iraníes no ordenaran que todas las mujeres jóvenes deben usar el velo y cubrir sus cuerpos con un largo traje negro, si allí mismo el testimonio de un varón en un juicio no valiera lo mismo que el de dos mujeres, si a las mujeres no se les prohibiera en dicho país islámico ser juezas, o candidatas a la presidencia. Esta discusión no se plantearía si en países como Afganistán las mujeres no tuvieran prohibido trabajar, salir solas, o caminar por las calles, sin estar cubiertas de pies a cabeza. No se plantearía si en Arabia Saudí las mujeres pudieran votar, si en Camerún no fuera el marido quien decide si la mujer trabaja o no, si en Sudán no se permitieran los matrimonios forzados, si en Nigeria no estuviera permitida legalmente la violencia de género, si en el Líbano no se le redujera la pena al hombre que mata a su esposa, o a otra mujer de su familia, demostrando que cometió el delito en respuesta a una relación sexual socialmente inaceptable de la víctima, etc.

No estamos hablando del pañuelo, estamos hablando de la discriminación, la esclavitud y la violencia. Y claro que una mujer adulta y libre tiene tanto derecho a elegir su vestimenta cómo el resto de los ciudadanos, pero no está obligada a que se la impongan, y precisamente en protección de estos derechos individuales se plantea la necesidad de controlar su uso.

En primer lugar habría que distinguir entre las diferentes edades:

Cuando nos referimos a menores, éstos deben estar protegidos por la Ley incluso de sus propios familiares. Los padres, por ejemplo, no pueden impedir el derecho a la educación de los hijos aunque esto suponga la escolarización obligatoria. Muchos niños se ven por este motivo obligados a viajar cada día o a vivir en colegios, fuera del núcleo familiar, en contra de la voluntad de los padres. Porque ¿pueden los padres decidir sobre la vida del menor? ¿pueden, por ejemplo, dejar que un hijo muera por negar su permiso para una trasfusión sanguínea, alegando motivos religiosos o culturales, o acaso puede decidir si se le amputa una parte de su cuerpo, como es el clítoris? .¿Por qué entonces el Estado habría de permitir que se someta a las niñas a una indumentaria discriminatoria y mutilante que les impide competir, en igualdad, en materia educativa?.

La educación es obligatoria y debe estar regulada en cada uno de sus detalles, en los contenidos, en los procedimientos, y en el sistema de control, de forma que se garantice el acceso a la misma de todos y todas, se controle su calidad, y se garanticen el principio constitucional de igualdad. Para ello no solo se debe asegurar el suficiente número de centros públicos o concertados, adecuadamente dotados, o el transporte, sino que la docencia impartida sea de calidad, necesariamente laica, y gratuita, -lo que en la actualidad no se produce-, y la accesividad, de los menores, a la misma, con el equipo adecuado. ¿Se imaginan que algún alumno o alumna asistiera a clase de educación física con tacones y una mini ajustada?, ¿o acaso veríamos oportuno que los jóvenes aprendieran a manejar máquinas-herramientas sin atenerse a las normas de seguridad, o escribieran en la pizarra con esposas en las muñecas, aunque lo exijan las creencias religiosas de sus mayores?.

En segundo lugar hay que distinguir entre el entorno privado y los espacios públicos, de lo contrario, muchos ciudadanos podrían optar por ir desnudos, en verano, por la calle sin temer a ser sancionados, o podría permitirse que los coches circularan marcha atrás, o que los transeúntes realizara el coito en los semáforos.

El uso de los espacios públicos está sujeto a unas reglas que exigen recoger la caca del perro, respetar la señalización, y sobre todo, actuar dentro de la legalidad. Sería impensable, por ejemplo, consentir que un marido “sacara de paseo”, por la calle, a “su” mujer con cadena al cuello, o la controlara con un látigo. Tampoco parece lógico consentir el uso en público de indumentarias muy concretas como el burka, que además de limitadoras y perjudiciales para la salud, son seriamente sospechosas de encubrir imposiciones esclavizantes para la mujer.

Finalmente, y sobre el uso del pañuelo en mujeres que son representantes públicas, como el caso de las parlamentaria, insisto en exigir la estricta separación entre la vida privada de estas personas, cuya libertad nadie cuestiona, y sus actos como representante público, en los que cualquier manifestación externa de sus particulares creencias religiosas es inaceptable.

Y dicho esto quiero agregar que la discriminación machista, y el sometimiento de la mujer , como su máxima expresión, no se dan solo en la religión islámica, sino en todas ellas - solo hay que echarle un vistazo a las monjas de clausura para entenderlo- y quien tenga dudas que repase el organigrama de la jerarquía eclesiástica católica compuesta exclusivamente por machos; Y matizar que tampoco es exclusiva de los países islámicos, que desgraciadamente aun mantienen leyes esclavizantes para la mujer, negándole su plena capacidad como persona, y tratándola como a esclava en pleno siglo XXI, sino también de los “modernos” países occidentales, que consiente estos planteamientos, y permiten la situación, haciendo “la vista gorda” cuando les interesa, -y me da igual que sea por motivos militares o económicos-, reconociendo a gobiernos machistas, y comerciando con Estados donde la mujer vive sometida. ¿O alguien cree que si los países occidentales estuvieran preocupados por la discriminación de la mujer iban a llevarse “a partir un piñón” con los que los que la amordazan con sus leyes? …

No vamos a pegarnos por un pañuelo o por una camiseta, pero creo yo que la lucha por las libertades y los derechos, sí merece la pena el esfuerzo.

Mila Carrero Sánchez





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